
Mi excitación, era enorme y otro comentario me hizo llegar al orgasmo. Tras unos minutos quietos los dos, fui yo quien rompio el silencio. Mi nombre es Javier tengo 35 años, soy un hombre normal, rubio, ojos claros, no muy alto 1,70, y de complexión delgada, Ana es un bombom, tiene mi misma edad, llevamos casi toda la vida juntos, morena, delgada pero con curvas, buenas tetas, buen culo, y muy fogosa en la cama. Cuando llegue a casa despues del trabajo, le dije a Ana: J. Ana lejos de decirme que no, puso cara de vicio, y dejo de ver la televisión, diciendo espera aqui, no tardo. A los dos minutos Ana entro en el salón, llevaba una mascara veneciana y un body de rejilla, que le cubria todo el cuerpo y que solo tenia dos agujeros, uno en su vagina y otro en su culo, mi erección no se hizo esperar, cogi mi movil y le hizo unas cuantas fotos, a ella tambien le estaba excitando todo esto, cada vez ponia poses mas sensuales, hasta que termino a cuatro patas sobre el suelo abriendo sus dos agujeros, tras hacer esa ultima foto, dije: J. Me arrodille detras de ella, saque mi polla que ya estaba tiesa como un palo, y sin dudar un instante, se la meti de golpe, ante el gemido de Ana, mientras me la follaba aproveche para acercarme a su oido y decirle: J.
La fatiga del espíritu habíame adormecido y me agobiaba una horrible pesadilla. Época Alejandro que salvaba a su esposa y a su hermana. El gélido del agua me volvió en mi acuerdo. Me llevaba en sus brazos y nadaba a la orilla adonde enviaba una señal, con un grito ronco y siniestro. El terror me dio fuerzas. Hice un movimiento bronco, escapeme de entre sus manos y me dejé caer al fondo del agua. Cuando mis pies tocaron la arena limosa del fondo -continuó Estela- dejeme arrastrar corriente abajo por el ímpetu de la onda, hasta que exhausta de aliento, hube de acudir a buscarlo a la superficie del agua. Encontreme en medio del río, envuelta en profunda oscuridad, escuchando por todos lados gritos de angustia, gemidos de agonía. La memoria me había abandonado.
De la misma forma, no podemos conocer lo que han vivido y lo que han aprendido o no. Apuntado y verificado por la psicóloga Raquel Aldana. Ellos saben tu nombre, empero no tu historia, no han vivencial en tu piel, ni han calzado tus zapatos. Con frecuencia nos acantilado entendernos a nosotros mismos pero nos aventuramos valientes a descifrar el legislación del sentir ajeno. Estas personas ponen etiquetas que reflejan la realidad de cómo se sienten ellas mismas, proyectando así sus dificultades emocionales. No obstante, valdría la pena el ofrecimiento para poder valorar nuestra valentía. Sería una verdadera prueba de fuego.