Aventura

La Montálvez

Trucos para 74005

He incurrido, en mi tanto, en el mismo defecto, si defecto es. Desde hace años, lo confieso, ando siempre diciendo que me voy a mi lugar, que deseo vivir allí, ut prisca gens mortalium, cuidando del pobre pedazo de tierra que me dejó mi padre en herencia, y casi, casi haciéndole arar yo mismo por mis bueyes, como Cincinato y otros personajes gloriosos de las antiguas edades. Esto lo decía yo y lo digo con sinceridad, hallando preferible a todo aquella descansada vida, deseando ser uno de los pocos sabios que en el mundo han sido, y no cumpliendo, sin embargo, mi deseo, cuando al parecer sólo de mí depende cumplirle y satisfacerle. Luis de Vargas y Pepita Jiménez, a quienes supongo que conocen mis lectores; pero no voy a hablar de mi lugar, sino de otro, también muy cercano, a donde suelo ir de temporada, porque tengo allí una capellanía y otros bienes, que me producen, calculando por un quinquenio, cerca de medio duro diario. Apenas hay huertas en las cercanías, sino viñas, olivares y tierras de pan llevar. El santo pagó con usura el amor que sus ahijados le profesan.

Un detalle que recuerdo bien: al fechar en la tarjeta lo poco que necesitaba, anduve tanteando fórmulas hasta acertar una en que no se diera tratamiento alguno a mi amigo. Y lo cierto es que mejor estaban mis negocios para encomendados a Deidad, que para otra cosa. Sentose; clavó en los míos sus ojos, dulces y elocuentes, como si en ellos quisiera mostrarme estampado todavía el idilio de la noche anterior Todas las fuerzas con que contaba para acarrear a cabo mis proyectos, me habían faltado de repente. Veamos lo que es Como si se tratara de una historia del otro mundo.

Es muy singular el don que tiene Madrid, con ser tan grande en comparación con una aldea, para achabacanar tipos, acreditar frases y poner motes. Lo que el marqués deseaba con tan descomedidas ansias, era un cachorro varón; pero llegaron a pasar tres años, y lo deseado no venía. Al cumplirse los cuatro hubo grandes barruntos de algo. La entregaron enseguida al pecho mercenario de una nodriza; y por la razón o el pretexto de que su madre no había quedado para atender a los cuidados molestísimos de su crianza, se acordó que la nodriza se la llevara a su aldea, en el riñón de la Alcarria. Diez y ocho meses bien cumplidos estuvo en la Alcarria; y refería después la nodriza que, en las pocas veces que en ese tiempo fue el señor marqués a ver a su hija, se le caía la babaza de gusto al contemplarla rodando por los suelos, medio desnuda, entre cerdos y rocines, tan valiente y risotona, y tan sucia y curtida de pellejo, como si fuera aquél su elemento natural y propio. Cuando la volvieron a Madrid, viva y sana por un milagro de Dios, alborotó la casa a berridos. Y no podía suceder otra cosa delante de aquellos espejos relucientes, entre aquellas colgaduras ostentosas, lacayos de luengos levitones y señoras muy emperejiladas, con lo arisca y cerril que ella iba de la aldea. Le daban miedo aun el centelleo de sus pendientes de diamantes y el olor de todos sus menjurjes y perfumerías; y casualidad, acaso, algo que su instinto aniñado vela en el yerto lucir de sus ojos y en el amanerado sonreír de su boca, que no era la golosina que arrastra a los niños a pegar sus frescos labios en la faz regocijada de su madre. Muy otra debió de parecer a la desabrida marquesa su hija cuando ésta estrenó las primeras galas del hatillo que apresuradamente la hicieron al llegar a Madrid, porque se dejó oprimir entre sus brazos sin protesta, y hasta besar con estruendo en la mejilla.

Leave a Reply

Your email address will not be published.