
Lope Garrido. Juan López Garrido, resultando que aquel sonoro D. Lope era composición del caballero, como un precioso afeite aplicado a embellecer la personalidad; y tan bien caía en su cara enjuta, de líneas firmes y nobles, tan buen acomodo hacía el nombre con la espigada tiesura del cuerpo, con la nariz de caballete, con su despejada frente y sus ojos vivísimos, con el mostacho entrecano y la perilla corta, tiesa y provocativa, que el sujeto no se podía llamar de otra manera. O había que matarle o decirle D. Se había plantado en los cuarenta y nueve, como si el terror instintivo de los cincuenta le detuviese en aquel temido lindero del medio siglo; pero ni Dios mismo, con todo su poder, le podía quitar los cincuenta y siete, que no por bien conservados eran menos efectivos. Fue D. Agradeced a Dios el no haber nacido veinte años antes.
Una mujer a la que se tachó de castiza y desgarrada, frívola y casquivana. En realidad, poco o carencia se sabe de su vida, estrella que tuvo el privilegio de posar para el pincel de Goya y ser testigo de primera fila de la agonía de las ideas ilustradas que iluminaron el fin del reinado de Carlos III y los albores del de su sucesor, Carlos IV. Por entonces, sus padres, duques de Huéscar y futuros herederos del ducado de Alba, residían en la lar familiar, un viejo caserón en el barrio de Lavapiés. Llevaban casados cinco años, y la unión parecía destinada a ser estéril. El nacimiento de la pequeña les llenó, pues, de alegría, e incluso les hizo enterrar su deseo de que hubiera sido un varón que garantizara la continuidad del apellido. Sin embargo, la reducida salió adelante. Gracias, sobre todo, a los cuidados de las ayas, abacería que su madre —como requería su condición de femme savante e ilustrada— se desentendió de su atención cotidiana y solo dedicó sus desvelos a procurar por su educación intelectual. La niña tuvo siempre una salud bastante delicada y una gran fragilidad ósea, que la hizo víctima de una evidente escoliosis que le acarreaba grandes dolores de espalda.
El mercado de vehículos de 7 asientos era dominado hasta hace poco por las minivans. Hoy es ocupado, principalmente, por SUV de grandes dimensiones y con buen equipamiento. Estos vehículos son el ícono automotriz de las grandes familias que necesitan movilizarse por calles, avenidas y carreteras. Los vehículos de tres corridas de asientos con opciones para 7 e incluso 8 pasajeros son hoy muy apetecidos por las familias numerosas. El principal protagonista de este tipo de vehículos es, obviamente, la tercera fila.